jueves, 2 de octubre de 2008

PRINCIPIOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA

PRINCIPIOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA
por José Luis Escorihuela

Economía y economicismo
La actividad económica es una componente básica del conjunto de actividades humanas, junto a las actividades socioculturales y la actividad política. El propósito fundamental de la actividad económica es satisfacer las necesidades básicas de la comunidad, tales como alimentación, vivienda, salud, educación y cultura, y aumentar en lo posible el bienestar humano. La Ciencia Económica debería tener como fin ayudar a la sociedad en la consecución de estos objetivos, formulando propuestas que sirvan para crear, distribuir y consumir racionalmente la riqueza. Su utilidad se basa en dos supuestos: la escasez de recursos y la competición entre la asignación de recursos. Por ello, toda propuesta económica va emparejada, en última instancia, de una decisión política, en la que se han de tener en cuenta, entre otras, las componentes ética y social.
El economicismo es una forma de pensamiento, basada en la creencia de que la Teoría económica puede por sí sola solucionar los problemas económicos en sentido amplio, al margen de decisiones políticas y consideraciones ético-sociales. Se presenta como una teoría objetiva, libre de juicios de valor, y que debemos aceptar necesariamente. Sin embargo, es imposible eliminar los juicios de valor en economía, pues siendo el objetivo último de ésta aumentar el bienestar humano, es éste un concepto resbaladizo que incluye factores, como la salud, la calidad ambiental, la satisfacción personal, familiar y comunitaria, etc., difíciles de valorar económicamente. La economía solidaria asume que toda propuesta económica debe tener en cuenta consideraciones éticas, sociales y medioambientales y que debe, por tanto, decidirse políticamente, es decir de acuerdo con los valores y reglas de la comunidad.

Capitalismo y mercado
En el modelo económico capitalista, la distribución de la riqueza se lleva a cabo de manera "natural" en el llamado mercado libre. El mercado es el "lugar" al que cada individuo acude a intercambiar "libremente" sus bienes con el fin de conseguir lo necesario para satisfacer sus necesidades. Ahora bien, los bienes que considera el mercado capitalista son los que se derivan de los tres factores siguientes: la tierra, que incluye la energía, los minerales y todos los demás recursos naturales; el capital, que incluye, además del capital financiero, las máquinas y la infraestructura tecnológica; y el trabajo, el esfuerzo humano que se suma a la producción y le da valor añadido. La combinación de estos tres factores produce una riqueza, en forma de productos y servicios, que en teoría se distribuye entre todos los participantes en el juego del mercado: los trabajadores "venden" su mano de obra a cambio del salario, los propietarios ponen a disposición sus tierras y recursos a cambio de una renta, los banqueros prestan dinero a cambio de intereses y los empresarios ponen su capital para obtener beneficios. Todo muy bonito.
El problema es que este supuesto "reparto natural" no es en absoluto justo, primero porque muchas personas en todo el mundo ni siquiera entran en el mercado, al no poder ofrecer ni un trabajo cualificado; segundo, porque beneficia descaradamente a los propietarios del capital (capitalistas) en detrimento de los trabajadores; tercero y fundamental, porque no se cuestiona la nula legitimidad de la propiedad actual, consecuencia de un proceso histórico de expoliación que ha conducido a una situación en la que la mayoría del capital se concentra en manos de unas pocas personas, mientras que la mayoría sólo dispone de su trabajo. El Estado, tan denostado por los partidarios del mercado libre, avala esta situación, al reconocer y asegurar los derechos de propiedad (aunque sus orígenes sean oscuros o se haga un mal uso de ella), al obligar a que se cumplan los contratos que se establecen en el mercado (aunque sean injustos) y al intervenir en favor del capital en caso de deficiencias en el mercado, y siempre en perjuicio del trabajo.
En el Capitalismo, la riqueza tiende a concentrarse cada vez más en menos manos, dejando sin nada a un número creciente de personas en todo el mundo: son los "desposeídos" del capital, todos aquellos grupos humanos que conseguían salir adelante practicando una economía doméstica, basada en recursos locales, y que en los últimos años han sido desposeídos, mediante artimañas, de sus recursos. Es el caso de los pueblos indígenas de todo el mundo, pero también es el caso de pequeñas comunidades rurales de numerosos países industrializados, cuyos miembros han acabado engrosando los suburbios marginales de las grandes ciudades industriales.
El modelo económico capitalista se asienta en una ética utilitarista, según la cual sólo cabe esperar el bienestar común como resultado inesperado de la búsqueda del bienestar propio que egoístamente emprende cada individuo aisladamente. Este principio tiene como consecuencia que los participantes en el sistema económico den más importancia a la obtención de ganancias propias que al aumento del bienestar de la comunidad y, en general, del bienestar de toda la humanidad, desvirtuando así el auténtico propósito de la economía. La búsqueda creciente de ganancias tiene consecuencias muy desastrosas en todos los niveles del ciclo económico: en la producción, en el comercio y en el consumo.
En el nivel productivo, los efectos negativos tienen que ver principalmente con la degradación medioambiental (agotamiento de recursos, residuos tóxicos, etc.), con la explotación humana (pésimas condiciones de trabajo, discriminación por sexo, origen, etc.) y con el excesivo desarrollo tecnológico (problemas éticos de algunas tecnologías como la ingeniería genética, aumento del desempleo, etc.). Normalmente, estos efectos negativos de la producción no se contabilizan a la hora de poner el precio de los productos y servicios ofrecidos, lo que proporciona una mayor ganancia a los capitalistas, que no incluyen en sus gastos los costes externos, o externalidades, de su actividad, teniendo que ser asumidos por la sociedad en su conjunto.
En el nivel comercial, el modelo de libre comercio impuesto por el neoliberalismo legitima la explotación por parte de los países desarrollados de los países pobres sin recursos tecnológicos, perpetuando así una situación de desigualdad en la que unos pocos concentran en sus manos una gran riqueza, mientras que la gran mayoría están irremediablemente condenados a la pobreza. Los grandes beneficiados de este modelo comercial son las empresas multinacionales y los grandes grupos financieros que acumulan más poder que los propios gobiernos. El mito del libre comercio ha sido impulsado por los países poderosos a través de instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Su finalidad es abrir las economías del Tercer Mundo a los productos y servicios del Norte, a cambio de las materias primas. El intercambio favorece abusivamente al Norte que establece los precios a su antojo, a la vez que mantiene sumisos a los países del Sur a través de la Deuda.
Por último, en el nivel del consumo, el problema es el consumismo creciente e irresponsable, favorecido por la implantación de sofisticadas técnicas de marketing y por el aumento de la publicidad en los medios de comunicación de masas. El aumento del consumo inútil y voluble va parejo del aumento en el uso de recursos, con los consiguientes problemas de agotamiento y de contaminación, pero también va parejo del aumento en la movilidad del trabajo, creando una situación permanente de inestabilidad en los trabajadores. Además, la producción se dirige casi exclusivamente a aquellas capas sociales o regiones geográficas que pueden consumir, dejando en el olvido a una mayoría de población que vive claramente bajo el umbral de la pobreza. El consumo masivo y poco exigente redunda también en una disminución de la calidad del producto consumido, en el empleo de materiales cuyas consecuencias para la salud se desconocen, etc.
La economía solidaria reconoce la importancia de estos problemas y propone, para solucionarlos, el impulso de modelos económicos alternativos al capitalismo, basados en los siguientes principios:
1. El objetivo fundamental de la economía ha de ser la satisfacción de las necesidades básicas de la comunidad en su totalidad, eliminando por tanto las bolsas de pobreza y de marginación, y aumentando paulatinamente el bienestar de todos.
2. Todas las actividades económicas que se lleven a cabo con ese objetivo han de ser ecológica y socialmente sostenibles, lo que significa que han de ser
3. autóctonas y autónomas,
4. autosuficientes, reduciendo el intercambio al ámbito local o regional,
5. igualitarias y no discriminatorias y
6. sujetas a las decisiones políticas de la comunidad.
Es evidente que la instauración de un modelo económico con estas características tiene también importantes requisitos en relación con la estructura política, organizativa y participativa, de una comunidad. Es conveniente que dicha estructura esté fundada en principios de participación igualitaria y democrática y que goce de cierta autonomía. Por otra parte, la eliminación de la pobreza no consiste solamente en permitir que las comunidades o países más pobres satisfagan sus necesidades básicas, supone también reducir las diferencias entre distintos colectivos dentro de una misma sociedad o país y entre las distintas sociedades o países.
Estos principios no son incompatibles con el libre mercado, siempre que éste se limite a la circulación de productos y servicios ofrecidos por empresas solidarias, se excluya la tierra como bien colectivo y no incluya el trabajo humano como mercancía en venta.

Dinero y finanzas.
En economía el dinero tiene tres funciones: 1. como unidad de valor (el precio de las cosas), 2. como medida de cambio (se utiliza en las transacciones, en lugar del trueque) y 3. como depósito de valor (permite ahorrar de una forma cómoda los recursos que no se van a consumir inmediatamente). Sin embargo, en el modelo económico capitalista, la función convencional del dinero se pervierte, para convertirse en un bien en sí mismo. En teoría, el dinero no debería ser más que un instrumento de la actividad económica, una herramienta que facilita las transacciones y el ahorro, pero nunca una riqueza en sí mismo. El dinero que ahorramos, y que entra en el sistema financiero principalmente a través de los bancos, se debería usar para prestarlo a otras personas que quieren emprender alguna actividad productiva. Sin embargo, cada vez más el dinero que fluye en el sistema financiero tiene otros destinos, completamente improductivos. En primer lugar, gran parte del dinero se dedica a préstamos para el consumo, lo que ha conducido a una explosión de la deuda de todo tipo (personal, de empresas y de gobiernos). Un crédito para el consumo equivale a gastar una parte de las rentas futuras, rentas que todavía no han llegado y que tal vez no lleguen nunca, lo que inestabiliza todo el sistema económico. Otro ejemplo de inversión improductiva es el mercado especulativo de divisas: el dinero se invierte en la compraventa de divisas con la única intención de ganar más dinero aprovechando los diferentes tipos de cambio. Por último, en otros casos, el dinero se invierte en actividades que tampoco generan riqueza para la sociedad, sino que, al contrario, la destruyen. Es el caso de las inversiones en armamentos o en industrias que son muy dañinas para el medio ambiente y para la salud. Los beneficios que tales inversiones generan poco tienen que ver con la creación de riqueza. Se consiguen a costa de desviar parte de la renta producida por otras actividades realmente generadoras de riqueza social.
La reforma del sistema financiero mundial no es fácil desde el punto de vista político, dado el enorme poder autónomo que las instituciones financieras gozan al margen de los gobiernos. Es necesario añadir una perspectiva de abajo arriba, introduciendo pequeños cambios en los hábitos de ahorro y de consumo de la gente, cabe esperar algún tipo de reforma que acabe con la situación actual, que favorece exclusivamente a unos pocos y condena a la pobreza a los más. En algunos países desarrollados, estos cambios en los hábitos de los ahorradores se están introduciendo poco a poco, lo que está repercutiendo en un mayor desarrollo de lo que sería una inversión socialmente responsable. Este tipo de inversión se caracteriza por tres factores:
1. fondos éticos: consideraciones de orden ético se tienen en cuenta a la hora de conceder el crédito, tanto en las repercusiones medioambientales de la actividad para la que se solicita inversión, como en sus repercusiones humanas.
2. participación activa de los inversores: los ahorradores que depositan el dinero en estos fondos están permanentemente informados de cuál va a ser el destino de su dinero, pudiendo influir en la formulación de las líneas directrices de préstamo.
3. inversiones alternativas: se promueven especialmente proyectos "alternativos", de carácter ecológico, social o cultural. Estos cambios en el ahorro se deben complementar necesariamente con cambios en los hábitos de consumo, pues de nada sirve invertir el dinero en actividades "alternativas", si los bienes y servicios producidos por estas actividades no son preferidos por los consumidores sobre los ofertados por las grandes empresas.
A pesar del avance en la inversión socialmente responsable, todavía existen muchos grupos sociales con una carestía crónica de dinero y sin garantías con las que solicitar un crédito. Estos grupos, que sólo cuentan con su trabajo, no pueden esperar a un dinero venido de lejos para llevar a cabo la actividad económica necesaria para su subsistencia. Por ello, es necesario desarrollar otras formas de actividad económica en las que se pueda prescindir del dinero. Uno de estos sistemas, que permiten a las personas que carecen de dinero ampliar su actividad económica, y que se ha introducido en los últimos años retomando viejas costumbres ya olvidadas, es el de los LETS (Local exchange trade systems), sistemas locales de intercambio comercial. El LETS consiste en un simple registro de bienes y servicios y de quién los ofrece, y en un sistema informático sencillo que mantiene un registro de las transacciones, con una unidad de cuenta que puede estar relacionada o no con la unidad monetaria nacional. Los principales problemas de los LETS son que las comunidades que más podrían beneficiarse de ellos no suelen tener los conocimientos necesarios para ponerlos en marcha, que resulta difícil ganarse la confianza de los comerciantes locales y que no están regulados fiscalmente ni en relación con los subsidios. Parte de estos problemas se evitaría con la introducción de una moneda local legalmente reconocida, aceptada por todos los miembros de la comunidad y a salvo de los vaivenes del sistema financiero internacional.

Ecología
Referirse a la Tierra, con toda su riqueza de sistemas vitales, como "capital ecológico" es sin duda poco acertado, e incluso peligroso, ya que se la está reduciendo al nivel de mero instrumento para uso humano. Y es precisamente este "uso" el que ha conducido a una situación de imparable degradación medioambiental. La tierra no es sin más un factor de la producción, un recurso a explotar, como parecen afirmar los economistas más fanáticos. La Tierra es el soporte de la vida. Ahora bien, incluso aunque se considerara a la Tierra, al margen de la acción humana, como un sistema económico, sería éste un buen modelo para imitar, pues se trata de un sistema sostenible y de alta productividad. La clave de su éxito está en que se trata de un "sistema económico" totalmente renovable y sin residuos, cuya fuente de energía es el sol.
Por contra, el modelo económico convencional no distingue entre recursos renovables y recursos agotables, pues todos se consideran potencialmente infinitos. El resultado es un sistema no sostenible, en el que algunos "recursos" se han agotado, o están por agotarse. Y cuando hablamos de "recursos agotados" estamos hablando, en ocasiones, de especies desaparecidas, estamos hablando de una reducción de la biodiversidad.
Por otra parte, este modelo no tiene en cuenta los residuos de la producción, que se vierten alegremente a la atmósfera, en las aguas de los ríos, lagos o mares, o se tiran directamente a la tierra. Cuando estas emisiones sobrepasan el nivel hasta el cual el entorno puede neutralizarlas o transformarlas con seguridad nos encontramos con el fenómeno de la contaminación. Las consecuencias de la contaminación son desastrosas para el entorno, pero también para los seres humanos que lo habitan, pues un entorno degradado incide directamente en la calidad de vida. Además, muchas de estas consecuencias son irreversibles y otras nos son todavía desconocidas. Por ello, es imprescindible tender hacia un modelo económico de contaminación cero, en el que se impulse además la restauración de los ambientes degradados. Entre tanto, se debería obligar a quienes contaminan a resarcir a la comunidad de los "costes" ambientales generados por dicha contaminación, bien pasando tales costes a su cargo, bien mediante un impuesto con el que afrontar el deterioro ambiental producido.
La economía solidaria promueve un modelo económico sostenible de contaminación cero, en el que el "capital" natural no decrece en ningún momento, sino que antes bien aumenta, al impulsar medidas de restauración y recuperación de entornos degradados. Ello implica entre otras cosas,
1. Impedir la desestabilización de elementos mundiales como el clima y la capa de ozono,
2. Proteger todos los ecosistemas para favorecer la biodiversidad,
3. Permitir la renovación real de los recursos renovables (recogida sostenible de los mismos, mantenimiento de la fertilidad del suelo, de los ciclos hidrobiológicos, del manto vegetal, etc.
4. Hacer un uso intensivo de los recursos no renovables (diseños duraderos, reparaciones y reciclado), sin sobrepasar en ningún caso un mínimo de reservas y buscando en todo momento alternativas al consumo de dichos recursos,
5. Evitar que los vertidos y emisiones al aire, suelo y agua excedan la capacidad del planeta de absorberlos, neutralizarlos y reciclarlos, y
6. Evitar todas las actividades humanas que tengan alto riesgo para la vida en el planeta (como las armas y la energía nuclear), etc.
Además, contra el argumento de que la presión sobre los recursos (en particular, sobre la energía) aumenta con el crecimiento de la población y del nivel de vida, la alternativa es consumir menos y más eficientemente (la calidad de vida no va necesariamente ligada a un mayor consumo, sino a un uso más racional de los recursos) y favorecer el uso de energías renovables.

Trabajo y empresa
En el modelo económico clásico, el trabajo es toda forma de actividad en la que se pone en juego el "capital" humano (el único con el que cuentan la mayoría de las personas) para producir bienes y servicios, y con el que los que no poseen "nada" consiguen una renta. No importan para nada las condiciones del trabajo, ni si la renta alcanza para la subsistencia o no, ni tampoco si lo producido es útil para la sociedad o no. Sin embargo, esta modalidad de trabajo (trabajo asalariado con contrato laboral), propia del sistema industrial y capitalista, no es la única. El trabajo no ha de ser sólo un medio para ganarse la vida, sino también un medio de realización personal, tanto en lo que respecta al carácter de lo producido (valorando la creatividad en el trabajo) como por la manera de producirlo (valorando el trabajo colectivo y que abarca todas las fases de la producción). Y por supuesto, ha de alcanzar para la subsistencia y para más. Por ello, en lo que se refiere a la organización del trabajo, la economía solidaria preconiza la creación de estructuras cooperativas de trabajo, basadas en la posesión colectiva de los medios de producción, en la organización horizontal, en la toma de decisiones democrática y universal, en la distribución equitativa de los beneficios generados y en la posibilidad de que todo el mundo pueda contar con un trabajo remunerado, favoreciendo para ello la formación permanente y la reinserción (empresas solidarias).
El modelo clásico presenta graves deficiencias en relación con el trabajo. En primer lugar, no valora el trabajo doméstico, que llevan a cabo principalmente las mujeres, por lo que no les aporta rentas. Aunque la actividad doméstica suele suponer del 25 al 40% del PNB en los países industrializados, esta riqueza no entra en los cálculos contables de los economistas, que califican a las mujeres de "población económicamente no activa". Lo mismo puede decirse de todas las asociaciones, organizaciones y movimientos voluntarios que crean con su "trabajo" una gran riqueza no contable, no monetaria, pero que contribuye a aumentar nuestra calidad de vida. La economía solidaria apuesta por que se tengan en cuenta las actividades domésticas y de agrupaciones voluntarias, a la hora de la distribución de la riqueza.
En segundo lugar, perpetúa unas condiciones pésimas de trabajo: por mucho que se insista en la seguridad laboral, ésta se basa normalmente en unos mínimos sencillamente inaceptables, pues no tienen normalmente en cuenta las consecuencias que para la salud de los trabajadores tendrá a la larga el ejercicio de su actividad. Se obliga a los trabajadores a realizar esfuerzos, físicos y mentales, que condicionan gravemente su capacidad futura; se les obliga a permanecer en lugares en los que inhalan continuamente sustancias que terminan por producir graves desórdenes en su organismo; se les obliga a efectuar largos desplazamientos desde su casa al lugar de trabajo, lo que aumenta la contaminación por transporte y el peligro de accidentes y provoca una situación de desarraigo familiar. Esto último es todavía más exagerado en todas aquellas personas que trabajan en el sector de reparto, distribución o transporte comercial. La economía solidaria exige que todo el proceso de la producción, todo el ciclo vital del producto, sea limpio, no contaminante, y esto incluye por supuesto a los trabajadores que no deben en ningún caso verse expuestos a sustancias que puedan dañar su salud. Por otra parte, al favorecer una economía basada en el nivel local y regional, elimina el exceso de transporte (y la contaminación que éste acarrea) y permite a los trabajadores estar más cerca y más tiempo en sus entornos familiares o comunitarios.
En tercer lugar, en la empresa clásica capitalista, los trabajadores no controlan la producción ni intervienen por tanto en la toma de las decisiones que les van a afectar de una u otra manera (reducción de plantilla, cierre, etc.). Los trabajadores, para el capitalista, no son más que un instrumento necesario en la producción de una renta (plusvalía). Además, la excesiva especialización conduce a una situación en la que cada trabajador sólo interviene en una pequeña parte del producto final, lo que convierte su trabajo en una actividad puramente mecánica y carente de alicientes. No sólo ocurre que al trabajador se le niega la propiedad sobre lo producido (lo que normalmente hace que se desentienda del proceso productivo), sino que en muchos casos ni siquiera sabe cuál es el objeto producido. La economía solidaria preconiza una actividad productiva a pequeña escala y organizada en cooperativas, que por una parte, aun reconociendo la necesidad de una cierta especialización, permita a los trabajadores sentirse satisfechos con el resultado de su trabajo, y por otra, los convierta en propietarios colectivos de los frutos de su trabajo.
En cuarto lugar, y como una de las peores consecuencias de la economía capitalista, tenemos el problema del desempleo, que impide participar del sistema de bienestar (recordemos: objetivo primero de la economía) a numerosos grupos humanos que no reúnen las condiciones (o simplemente no quieren, dada la dureza de tales condiciones) para participar en el juego del mercado vendiendo su fuerza de trabajo. Es posible que algunas personas, sobre todo en países industrializados, se las arreglen para subsistir sin llevar a cabo ninguna actividad económica reglada, pero para la mayoría, el desempleo tiene efectos nefastos: pérdida de posibilidades vitales, pérdida de contactos sociales, pérdida de autoestima y de seguridad, aumento de la tensión psicológica, etc. Y en los peores casos, esta situación puede conducir a depresiones profundas, a trastornos de la salud y al suicidio. Como suele ocurrir siempre, los colectivos más expuestos al desempleo son las mujeres, los inmigrantes y las personas que provienen de ambientas marginales y con escasa formación. La economía solidaria tiene en cuenta este hecho, que supone un detrimento enorme del "capital" humano, y reivindica por tanto no sólo una organización del trabajo sobre bases igualitarias, sino que se favorezca el acceso al trabajo de aquellas personas que más dificultades tienen para ello.
En cuanto a la empresa, en el modelo económico capitalista, ésta sólo "sirve" para dar dinero a sus accionistas y tener "ocupada" a la gente. En el modelo de la economía solidaria, la empresa (solidaria) tiene como principal objetivo generar modos de vida satisfactorios para los que trabajan en la misma y valor para la sociedad. Ello exige que:
1. Los propietarios de la empresa sean los que trabajan en ella, y no los que han prestado el capital, con lo cual la organización interna compete completamente a los trabajadores,
2. Los gerentes de la empresa deben ser responsables de sus consecuencias ante la comunidad y particularmente ante los grupos implicados directamente, como los propios trabajadores y los consumidores.
Desde el punto de vista ecológico, la responsabilidad empresarial se traduce en que toda actividad productiva que se lleve a cabo debe ser no contaminante, es decir su nivel de emisiones no debe sobrepasar la capacidad del entorno de neutralizarlas. Además, los bienes y servicios producidos no deben tener efectos negativos ni sobre el entorno ni sobre la salud de los trabajadores y de los consumidores. Para ello, se deben utilizar materiales y recursos que en todo su ciclo vital, desde la extracción de materias primas hasta su eliminación final, pasando por todo el proceso de fabricación, embalado y distribución, no tengan repercusiones medioambientales ni nocivas para la salud. El análisis de los ciclos vitales de los materiales utilizados en la producción es una tarea fundamental, desechando aquellos componentes que en alguna etapa puedan revelarse como contaminantes. Además, toda empresa ecológicamente responsable debería ofrecer productos duraderos, fácilmente reparables y, en última instancia, reciclables. Todos estos factores ecológicos deben ser muy tenidos en cuenta a la hora de evaluar la calidad de un producto y deberían influir considerablemente en las preferencias de los consumidores.
Por otra parte, la responsabilidad social de una empresa implica tener un carácter no lucrativo, ya que no es el deseo de ganar dinero lo que la motiva, sino el de contribuir al bienestar de la comunidad. Por ello, toda empresa socialmente responsable no reparte beneficios entre sus socios-trabajadores, sino que éstos se destinan en primer lugar a consolidar la empresa e incluso a crear más empleo dentro de la misma; en segundo lugar, a otras empresas que estén comenzando y que necesitan de un apoyo económico inicial, y en tercer lugar, a proyectos de solidaridad nacional e internacional. Igualmente, las relaciones comerciales que establece son equitativas, pagando un precio justo por los productos adquiridos y rechazando aquellos cuya producción en origen se basa en condiciones de explotación. Además, asegura la transparencia de la información, interna y externa, en relación con los aspectos financieros y humanos de su actividad. Por último, toda empresa socialmente responsable favorece la inserción de personas con dificultades, como minusválidos, ex-presidiarios, inmigrantes, mujeres con cargas familiares, minorías étnicas, etc.

La tecnología
Una de las componentes más importantes del capital es la tecnología, término éste que comprende todos los medios por las cuales se producen los bienes y los servicios, incluyendo desde las más sencillas herramientas hasta las altas tecnologías de la información o de la ingeniería genética. Sin embargo, en la actualidad la tecnología moderna se ha constituido en un fin en sí mismo, independiente del bienestar real que pueda aportar a la sociedad; por ello más que representarsela en su forma material de herramientas o máquinas, es mejor representársela como una red, o conjunto de redes (según las diferentes tecnologías que, en ocasiones, compiten entren sí), de relaciones físicas y sociales que alcanza todos los rincones del planeta y de la sociedad, y en la que están inmersos grandes grupos de poder (empresas multinacionales), todos los gobiernos de los países desarrollados, instituciones gubernamentales (como el ejército y los centros de investigación) y, en menor medida, grupos de consumidores y usuarios más o menos organizados. Todos los grupos afectados, con diferentes intereses, aspiran a influir social y políticamente en beneficio propio.
En la lógica del mercado, el beneficio económico es evidentemente uno de los motivos impulsores del desarrollo tecnológico. Sin embargo, hay que tener en cuenta otros factores a la hora de explicar la rapidez de este desarrollo: una componente importante del impulso que se da a la investigación en tecnología es la búsqueda de poder y de control, que se manifiesta con máxima claridad en la inversión masiva en tecnología militar. Los países capaces de desarrollar "tecnología punta" tienen más peso político en la escena internacional e influyen más en la toma de las decisiones importantes, sobre todo si dicha tecnología produce sofisticadas armas que ningún otro país pueda contrarrestar. Por último, una tercera componente del impulso tecnológico se halla en el carácter de la propia investigación científica: la ciencia no tiene límites, afirman muchos investigadores convencidos, todo lo que puede saberse ha de saberse, todo lo que puede hacerse ha de hacerse. Esta arraigada creencia en el poder de la ciencia y la tecnología de explicarlo todo y de resolverlo todo conduce, en muchos casos, a no reparar en los costes directos de la aplicación de una determinada tecnología, pues siempre habrá otra capaz de arregarlo en el futuro.
El impacto de la tecnología en la naturaleza y en la sociedad es cada vez mayor y, desde luego, no siempre positivo. A los problemas éticos que plantea la investigación, y posterior uso, de determinadas tecnologías, como la biotecnología, que manipula las formas de vida existentes y crea artificialmente otras nuevas, hay que añadir los problemas medioambientales –muchas tecnologías tienen un impacto muy negativo en el medioambiente–, los problemas sociales –la tecnología se utiliza más para aumentar la productividad del trabajo que para aumentar la calidad de la vida laboral; el empleo extensivo de máquinas lleva aparejado la reducción del número de puestos de trabajo con el consiguiente aumento del desempleo– y los problemas culturales –la tecnología moderna es insensible a la diversidad tecnológica de los diferentes pueblos y culturas, a las que reemplaza bajo la presión de las poderosas fuerzas que la impulsan, a pesar de ser normalmente más cara y menos eficiente que las tradiciones tecnologías locales–.
Por todo ello, la economía solidaria propone el concepto de "tecnología apropiada" que contiene las siguientes características:
1. pragmática: conforme a la experiencia y los recursos humanos disponibles.
2. accesible: fácilmente adaptable y financieramente adecuada.
3. compatible cultural y socialmente: que no haga desaparecer usos y prácticas tradicionalmente existentes y que se han revelado eficientes.
4. aplicable a pequeña escala.
5. autónoma y autosuficiente.
6. ecológicamente sostenible: de bajo consumo energético, sin residuos tóxicos, biodegradable.
7. mejora las condiciones de trabajo y
8. mejora la calidad de la vida social.
Es decir, la tecnología es apropiada si, además de su dimensión económica, tiene en cuenta las otras tres dimensiones de la actividad humana: la dimensión ecológica, la dimensión social y la dimensión cultural. Se debe, por tanto, exigir que la evaluación tecnológica no se haga exclusivamente desde una perspectiva economicista, sino que incluya todos los demás factores antes señalados.

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